Cojo el sentimiento con el puño. Lo levanto hacia el aire y lo observo. Se proyecta una fuerza destructiva e imparable, como un pegamento que revuelve mi conciencia. Y dejo que la tristeza en el núcleo se vuelva más diminuta, ignorando su presencia. Vuelvo a observar mi mano, negra como la noche, putrefacta y estéril. Mi mano que ya es pena entera, que ya está muerta.
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